Con la Santa Misa que incluye el rito de la Bendición e Imposición de las Cenizas, iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma, cuarenta días de preparación para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
La ceniza es un símbolo que recuerda al cristiano su origen y su fin. No es un rito que nos elimine nuestros pecados, para ello tenemos el Sacramento de la Confesión. Es un signo de arrepentimiento, de penitencia, pero sobre todo de conversión. Durante su imposición el sacerdote nos pronuncia algunas palabras que debemos meditar en profundidad.

“Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”


La imposición de ceniza nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad.

“Conviértete y cree en el Evangelio”


Esta invitación nos introduce en el tiempo cuaresmal, tiempo que se ha de dedicar especialmente a la oración, al ayuno y a las obras de caridad.
La oración es la comunicación más íntima con Dios y cobra suma importancia como ayuda para cambiar nuestro interior, nuestra forma de vivir.
El ayuno, además del que manda la Iglesia en determinados días, se puede interpretar de forma más actual como la renuncia voluntaria a diferentes satisfacciones.
Y el ejercicio de la caridad como guía en el camino del desierto cuaresmal. Un camino de misericordia hacia el prójimo, hacia el más débil.

¿SABÍAS QUE…?

  • En el Miércoles de Ceniza, tal como el Viernes Santo, el ayuno y la abstinencia son obligatorios.
    La abstinencia de comer carne es para todos los viernes, principalmente los de Cuaresma. El ayuno ha consistido tradicionalmente en hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia en no comer carne, pero en la actualidad se suelen cambiar estas penitencias por privarse de algo necesario.
  • Las cenizas se producen con las palmas del Domingo de Ramos.
    Se deben quemar los restos de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. Éstas son rociadas con agua bendita y luego aromatizada con incienso. Este rito nos recuerda que lo que fue signo de gloria, pronto se reduce a nada.